La reclusión global a causa de la pandemia ha sido sin lugar a dudas una prueba de fuego a la creatividad de la mayoría de los músicos nacionales e internacionales. Tal es así, que pronto aparecieron infinidad de conciertos caseros transmitidos vía internet, entrevistas en vivo, jingles alusivos al #QuedateEnCasa y hasta campañas para generar más seguidores en sus respectivas cuentas de YouTube.
Sin olvidar las cancelaciones de los conciertos debido a la prohibición de reuniones públicas, que obligó la reprogramación de giras y shows para presentar los discos que fueron editados recientemente. Además de congestionar la conectividad en la red, que se vio abarrotada por un crisol de opciones brindadas por bandas populares como las más novatas que están dando sus primeros pasos en la industria musical.
Esto mismo también ocurrió con los servicios eclesiásticos, que también mudaron sus púlpitos a la red para ofrecer sus reuniones online, así como variadas videoconferencias de predicadores de todo tipo. Tanto los rutilantes como aquellos menos conocidos, todos tuvieron la misma posibilidad de dar a conocer el mensaje de salvación a través de esta vía de comunicación que muchas veces ha sido bastardeada, pero que hoy se convirtió en un elemento vital para conectarnos en medio del aislamiento.
Aunque lo más curioso de esta avanzada cibernética es que puso de manifiesto la necesidad de comunicación que tenemos los humanos. Como seres sociales que somos, necesitamos hablar con el otro para dar a conocer nuestro estado y saber cómo está el resto, para ser solidarios con el que está en dificultad y ayudar a aquel que lo requiera. Y para dar una palabra de aliento en medio de tanta desesperanza. Para eso fuimos hechos por el Creador, porque juntos somos mejores.