A continuación compartimos un estracto del primer capítulo del libro “Volveos a Mí” escrito por el Dr. Miguel Núñez, pastor titular de la Iglesia Bautista Internacional en Santo Domingo, presidente y fundador del Ministerio Integridad & Sabiduría, miembro del cuerpo de directores de The Gospel Coalition (TGC) y del Concilio de Masculinidad y Feminidad Bíblica (CBMW). También, es director de estrategia para América Latina del Southern Baptist Theological Seminary. Es médico con especialidades en medicina interna y enfermedades infecciosas. el mismo fue publicado recientemente por Editorial Vida.
La preocupación y la carga que sentimos por la condición actual del pueblo de Dios, y en particular por la condición del liderazgo de ese pueblo, fue lo que me movió a escribir un libro con un llamado a volvernos a Dios. La idea es poder hablar de la necesidad que el pueblo de Dios tiene de enmendar sus caminos antes de que sea demasiado tarde. A veces, lo que el hijo de Dios quiere hacer para “arrepentirse”resulta ser muy poco y demasiado tarde. Muchos prefieren un arrepentimiento parcial que les permita seguir con su estilo de vida un tanto modificado, pero no radicalmente cambiado, y al mismo tiempo poder disfrutar de las bendiciones de Dios. Esta actitud que vemos en la iglesia de hoy es muy similar a la condición del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento.
Para explicar lo que acabo de mencionar, revisaremos un texto de Jeremías 3:12-15, que nos exhorta a arrepentirnos y a volvernos a Dios. Para interpretar adecuadamente estos versículos en su contexto apropiado, es esencial revisar algunos antecedentes históricos. En particular, nos enfocaremos en gran parte del capítulo tres de Jeremías. Después de la muerte del rey Salomón, Israel terminó dividido en dos reinos: el reino del Norte y el reino del Sur. El reino del Sur permaneció fiel al hijo de Salomón, Roboam, mientras que el reino del Norte se rebeló contra él. El reino del Norte estaba constituido por diez tribus y fue llamado Israel o Efraín, que era la tribu más grande de las diez que lo componían. Por su parte, el reino del Sur estaba formado por dos tribus, la de Benjamín y la de Judá, y fue llamado por el nombre de Judá, que era la mayor de las dos. En un momento dado, los habitantes del reino del Norte (Israel) fueron llevados al exilio como esclavos por el Imperio asirio. Entonces, Dios advierte al reino del Sur (Judá) que, de no arrepentirse, correrían la misma suerte que su hermana del norte, Israel. Sin embargo, Judá no hizo caso a las advertencias de Dios y años más tarde fue enviada al exilio a Babilonia. El pecado de ambos reinos fue el mismo: idolatría e inmoralidad sexual.
Dios calificó la idolatría de los judíos como adulterio, ya que Él había tomado a la nación de Israel por esposa. De hecho, en ocasiones el Señor usó palabras chocantes, sobre todo en el lenguaje original, para condenar la idolatría de Israel. De ahí que, en el libro del profeta Ezequiel vemos a Dios comparar la idolatría de Su pueblo con el acto sexual de una prostituta. A través del profeta, el Señor les dice: “¡En cada esquina construiste santuarios y degradaste tu belleza! Te abriste de piernas a cualquiera que pasaba, y fornicaste sin cesar” (Ez 16:25, nvi). Con estas fuertes palabras, Dios se refería al número de dioses ajenos a los que Israel rindió culto en vez de honrar al Dios verdadero. Lamentablemente, esto lo hizo el reino del Norte y lo repitió el reino del Sur. El pueblo tenía altares en cada montaña y debajo de cada árbol. A cada acto de adoración rendida a dioses ajenos, Dios le llamó fornicación. Esto era tan grave que Dios solo pudo comparar la idolatría de Su pueblo con los pecados de fornicación y adulterio. Observe cómo el Señor se expresa de ellos en Jeremías:
“Alza tus ojos a las alturas desoladas y mira; ¿Dónde no te has prostituido? Junto a los caminos te sentabas para ellos como el árabe en el desierto. Has profanado la tierra con tu prostitución y tu maldad” (Jeremíar 3:2). Para leer más, descarga el primer capítulo en el siguiente link.